Una madre (o un padre) no está preparada para enterrar a su hijo. No debería ser así. En cuanto leí anoche que una de las víctimas de las bombas del maratón de Boston era un niño de 8 años se me cayó el alma a los pies. Y esta mañana, en cuanto he visto que estaba junto a sus hermanas y su madre esperando en la línea de meta a que pasara su padre, todavía ha sido peor. Sólo puedo pensar en ese padre, en el peso que va a llevar encima el resto de su vida. Y en el niño, con la ilusión con la que debería estar esperando a que su admirado progenitor completara el maratón. La vida es demasiado cruel.
Justo ayer mismo, escasos minutos antes de que saltara la alarma de las explosiones en Boston, la noticia que corría por las redes sociales era que el español Manu Brabo había ganado el Premio Pulitzer 'a la mejor fotografía de últimas noticias' por una imagen tomada en Siria. Casualmente (cosas del destino, supongo) la fotografía muestra a un padre abrazando el cadáver de su hijo muerto. Repito un padre (o una madre) no está preparado para enterrar a su hijo.
Mientras, en España, vuelve a saltar la noticia de que Miguel Carcaño (asesino confeso, hasta la fecha, de Marta del Castillo) ha cambiado su declaración y ahora implica a su hermano. Esta mañana, en uno de los programas matinales, aparecían unos padres destrozados pidiendo que, por favor, alguien les deje enterrar el cuerpo de su hija. Una vez más: una madre (o un padre) no está preparado para semejante atrocidad.
Esto me trae al recuerdo la 'Pietá de Memmon' (Museo del Lovre), una obra que estudié en su día en historia del arte en el colegio y que me llamó la atención porque se considera el antecedente de las 'típicas' Piedades que recorren las calles de nuestras ciudades en Semana Santa, con la Virgen llevando a en brazos a su hijo muerto. En esta obra, pintada en un vaso rojo, la diosa Eos (diosa de la 'aurora', que salía todas las mañanas para anunciar a su hermano Helios, el Sol) lleva en brazos a su hijo Memmon, fallecido en manos de Aquiles durante la batalla de Troya.
Desde entonces, son muchas las historias de padres o madres que han tenido que enterrar a sus hijos, aquellos por los que han sufrido, por los que darían la vida. Y no es justo. Como tampoco es justo que los hijos tengan que enterrar a sus padres pero eso, tristemente, es ley de vida.
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